miércoles, 17 de abril de 2019

Habla Víctor. Triste y angustiada mi alma está.

Huerto de los olivos de Getsemaní en Jerusalén


Triste y angustiada mi alma hasta la muerte está. Camino del Huerto de los Olivos va, para allí gustar la Sangre de Cristo sudada.

Algo especial tiene la Oración del Huerto cuando son tantos los santos que han pasado horas enteras meditando y acompañando a Jesús en ese momento de su vida. Posiblemente la más famosa sea Santa Teresa que siempre se acostaba pensando en este paso de la Pasión del Señor y habla de las bendiciones que por eso recibió.

Y es que leer en los evangelios que Jesús empezó a entristecerse y a angustiarse (Mt 26, 37), y a Jesús decir: “Padre mío, si es posible que pase de Mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”, resulta escalofriante.

Jesús orando al Padre en Getsemaní.

También Víctor meditó en este paso de la oración de Jesús, y como resumen de su experiencia, ahí quedan esas palabras: “Triste y angustiada mi alma hasta la muerte está. Camino del Huerto de los Olivos va, para allí gustar la Sangre de Cristo sudada”. Se identificó con Cristo e hizo propios sus sufrimientos.

Su hermano José Francisco tiene una preciosa meditación en la que se plantea los “por qué” de la tristeza y angustia de Cristo en el Huerto de los Olivos, en la que, comenzando con la traición de Judas y pasando por la negación de Pedro, llega hasta su trágico prendimiento, y una de las preguntas que se hace es esta: “¿En que pensabas, Señor, en el Huerto de Getsemaní cuando comenzaste a sentir tristeza de muerte, cuando comenzaste a agonizar sin estar enfermo siquiera, cuando comenzaste a sudar gotas de sangre y gotas de sangre tan abundante que hasta llegaban al suelo?

Y una de las respuestas que da es: “Pensaba en ti que ibas a huir de mi cruz en lugar de ayudarme a llevarla. Pensaba en ti que ibas a huir del dolor en lugar de soportarlo por amor mío, como yo soporté el mío por amor tuyo. Pensaba en ti que en lugar de seguir mis pasos de cerca, los ibas a seguir tan de lejos, que terminarías perdiéndome de vista. Pensaba en ti que ibas a venerar mi cruz, pero ibas a desechar la tuya…Pensaba en tus pecados y en los pecados de todos los hombres pues ellos fueron la causa de todos mis padecimientos. El miedo, la tristeza, la enfermedad, la muerte, todos los males que padece el hombre los padecí a causa de sus pecados”.

Pedro, Juan y Santiago dormidos mientras Jesús ora en Getsemani.

Pero tú no pecaste, Señor, tú no tenías por tanto que padecer ni miedo, ni tristeza, ni agonía, ni muerte. Tú no pecaste, pero asumiste el pecado de todos los hombres y te ofreciste al Padre en víctima de expiación por los pecados de todos los hombres…Por eso en el Huerto de Getsemaní comenzaste a sentir miedo, por eso comenzaste a sentir tristeza de muerte, por eso comenzaste a agonizar sin estar enfermo siquiera, por eso comenzaste a sudar gotas de sangre.

Todos los hombres sudan, sí, pero gotas de agua. Nunca nadie ha sudado jamás gotas de sangre, porque nunca nadie ha sufrido más que por sus propios pecados. En cambio Jesús, padeció por junto los padecimientos todos de todos los hombres de todos los tiempos, al ofrecerse al Padre como víctima por los pecados de toda la humanidad. Y eso era para sudar no gotas de agua, sino gotas de sangre”. (José Francisco)



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