sábado, 20 de abril de 2019

Habla Víctor. Subida al monte.

 Cristo despreciado y humillado.


Por esta (sangre) fortalecido, allí la subida inicié. Aunque allí mis pecados descargué, penosa la subida fue. Por senda estrecha caminaba, en el bastón de la fe me apoyaba, aunque nada gustaba y veía. Aquel que me guiaba, el camino se sabía, por eso pronto a la cima llegué.

Para entender lo que aquí nos dice y experimenta Víctor, pueden ayudarnos Santa Isabel de la Trinidad  y San Juan de la Cruz. Santa Isabel de la Trinidad explica con claridad que el cristiano, desde el momento de su bautismo, se convierte en “otro Cristo: Christianus alter Christus”. Esto requiere un comportamiento como el de Cristo en todas las circunstancias de la vida, especialmente en las difíciles y dolorosas, incluidas su pasión y muerte, que describe en estos términos:

Debo ir con Jesucristo a Getsemaní para saber por propia experiencia lo que es tener miedo, sentir tedio de todo, llorar a solas, sin que todo esto encuentre eco en el corazón de un amigo. Debo sufrir las humillaciones, las calumnias, las ingratitudes, los ultrajes, los abandonos de todo género. Preciso es que Barrabás y los demás ladrones de la cruz sean preferidos a mí. Hay que ir hasta la muerte y muerte de cruz. O bona cruz diu desiderata” (Oh buena cruz, tan deseada) (Elevación 34).

Caída de Jesús camino del Calvario.

Una subida así, necesariamente resulta difícil, pero no tanto si contamos con un guía experto al que alude Víctor con las palabras: “Aquel que me guiaba, el camino se sabía, por eso pronto a la cima llegué”. ¿Cómo no iba a conocer el camino su guía, si el guía era a la vez el camino? Así lo aprendió de su maestro Juan de la Cruz que claramente dice:

El aprovechar no se halla sino imitando a Cristo, que es el camino y la verdad y la vida, y ninguno viene al Padre sino por Él (Jo 14, 6). Y porque he dicho que Cristo es el Camino, y que este camino es morir a nuestra naturaleza en sensitivo y espiritual, quiero dar a entender cómo sea a ejemplo de Cristo, porque Él es nuestro ejemplo y luz. Cuanto a lo primero, cierto está que Él murió a lo sensitivo, espiritualmente en su vida y naturalmente en su muerte. Porque, como Él dijo, en la vida no tuvo dónde reclinar su cabeza, y en la muerte lo tuvo menos.

Cuanto a lo segundo, cierto está que al punto de la muerte quedó también aniquilado en el alma sin consuelo y alivio alguno, dejándole así el Padre en intima sequedad, según la parte inferior. Por lo cual fue necesitado de clamar diciendo: ¡Dios mío. Dios mío!, ¿Por qué me has desamparado? (Mt 27, 46). Lo cual fue el mayor desamparo sensitivamente que había tenido en la vida. Y así hizo la mayor obra en (toda) su vida con milagros y obras había hecho, ni en la tierra ni en el cielo, que fue reconciliar y unir al género humano por gracia con Dios.

Jesús crucificado exclamando:
¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?

Y concluye diciendo: “Para que entienda el buen espiritual el misterio del camino de Cristo para unirse con Dios, y sepa que cuanto más se aniquilare por Dios, según estas dos partes, sensitiva y espiritual, tanto más se une a Dios y tanto mayor obra hace” (2 Sub 8, 8-11) Así lo entendió Víctor, así lo puso en práctica y por eso pronto llegó a la cima.


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