miércoles, 21 de febrero de 2018

Florecillas Saludadlas


 Monasterio de las Carmelitas Descalzas de Sabarís.

Como hemos mencionado varias veces, el lugar más visitado por Víctor y su familia en vacaciones, fue la localidad gallega de Sabarís (Pontevedra). Allí tuvieron lugar varias anécdotas o florecillas, como la que hoy les recordamos.

Está relacionada con el apellido de su Esposa, Asunción “Merino”, que por tanto es el segundo apellido de sus propios hijos. De ahí que los hijos de Víctor son, Rodríguez Merino. Pero la palabra “Merino” está íntimamente relacionado con la palabra “merinas”, que es la clase de ovejas más famosa de España. Durante siglos fue una de las principales riquezas del país por ser la oveja que más y mejor lana produce. Las ovejas merinas fueron tan abundantes y populares, que en España, más que de ovejas se hablaba de “merinas”.

El poderoso Concejo de la Mesta ostentó durante siglos el monopolio de su explotación hasta el siglo XVIII, en que el rey Felipe V de España, regaló varias parejas de merinas a Luis XIV rey de Francia. Hasta esa fecha era delito grave sacar esta raza fuera de España. De esa manera mantuvo el monopolio de la exportación de su cotizada lana al resto de Europa. Constituyeron la base de riqueza especialmente de Castilla durante siglos por su lana, base de comercio por ser la materia prima fundamental de los tejidos.

Rebaño de ovejas merinas


Pues bien, entre la casa que alquilaban y la playa Ladeira, una de las más famosas de la ría de Vigo a la que iban a bañarse en familia, había unos descampados llenos de hierba en los que casi todos los días se encontraban con un pequeño rebaño de ovejas.
Víctor, con sentido del humor, al encontrarse con ellas decía a sus hijos: “Mirad. Ahí se encuentran vuestras parientes. Saludadlas. Son vuestras parientes, pero no las mías ni las de Raquel y Carlos” (los dos nietos que habían nacido por entonces y que siempre se llevaban con ellos de vacaciones).

Playa Ladeira en Sabarís.



Ante la invitación de Víctor, uno de sus hijos, llamado Miguel, que tenía el don de imitar muy bien su balido, le faltaba tiempo para detenerse y gritar con fuerza: Beee. Beee. Beee. Y sus parientes, al sentirse interpeladas, dejaban de pastar, levantaban la cabeza y respondían agradecidas con sus prolongados Beeeeee al unísono.

Como la escena resultaba francamente simpática, la repetían día tras día y disfrutaban de ese breve encuentro con sus parientes. No sabemos que comentarios harían los bañistas que se dirigían a la playa, ajenos a estos parentescos, al presenciar la escena. Seguro que también les caería en gracia ver a unos niños y jóvenes dialogando con las ovejas.



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