Tere en Velillas con tres hijas, sus padres, su esposo Pedro y su hermano Luis |
“También
me acuerdo de lo servicial que era con todos, poniéndose en camino aunque
le costase. Un verano, yo no tenía con quien dejar a mis hijas pequeñas, pues
trabajaba. La única manera era llevarlas a Velillas del Duque (Palencia) donde
vivían mis padres y lo tenía que hacer en sábado, pues yo no tengo coche y el
domingo no hay servicio de autobuses de Palencia a Velillas, así que tenía que
ir a Palencia el sábado, dejar a mis hijas con alguien que las recogiera, y yo
volverme el mismo día.
Mi
madre y mi hermano Luis, que vivía con mis padres, empezaron a ponerle pegas y,
¿a quién encontré en la estación de Palencia esperando a mis hijas? A mi padre
con su sonrisa para las niñas y después se las llevó con él al pueblo sacándome
de un gran apuro.
Creo
que quien tuvo contacto con mi padre, después de su conversión, siempre salió
fortalecido. Me acuerdo que de las temporadas que venía a mi casa,
siempre iba a misa a nuestra parroquia y allí hacía amistad con algunas personas.
Sobre todo hubo una, que se llamaba Ángel, que hasta el final de sus días (murió
dos meses antes que mi padre) siempre que me encontraba por la calle o en la
iglesia me preguntaba por él y me decía maravillas de mi padre, y que él tenía
una carta que una vez mi padre le escribió y que él la guardaba como un tesoro.
Sabía que no tenía estudios, pero que hablaba con una sabiduría que no era
normal.
También
me acuerdo cuando mis padres, por algún motivo, pasaban temporadas en mi casa,
él llevaba a mis hijas al colegio, o las recogía de la catequesis y una vez fue
a buscar a Rebeca a la catequesis de la iglesia, y como no salía, bajó hasta
los salones parroquiales a buscarla. Allí habló con Caty, su catequista y le dijo mi padre que le enseñara
a conocer a Jesús a su nieta, que luego Rebeca ya lo sentiría en el corazón.
Hasta el día de hoy, han pasado muchos años y Caty no se olvida de lo que le
dijo mi padre, pues le llegó muy hondo y son muchos los años que lleva de
catequesis de niños.
Siempre
le oí decir que lo primero era su mujer y después sus hijos, pero lo primero
para él era Dios, pues Él le había dado todo lo demás.
Los
últimos años de su vida cuando todavía no estaba tan mal, siempre que iba a
comulgar, volvía con lágrimas en los ojos. Era instantáneo recibir al Señor y
volver llorando. Supongo que eso era un don o gracia que el Señor le concedía.
El
Señor quiso que se diera hasta el final de sus días. Incluso le privó de
cualquier compañía familiar el día de su muerte, pero no espiritual, pues a la
misma hora que supimos que había muerto, su hija carmelita se puso a rezar el
rosario de la Divina Misericordia porque no podía dormir cuando normalmente se
duerme enseguida. Esas cosas sólo las hace el Espíritu Santo.
Basta
esta muestra para recordar cómo era mi padre: humilde, generoso. Sé que ayudó a
mucha gente a su tiempo con sus palabras y sobre todo, con su celo de llevar
almas a Dios.
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