Tere con su padre ya muy anciano y con el alzheimer muy avanzado. |
Que
mi padre es un santo, lo sé, no necesito que lo canonicen para saberlo. Qué
muchos se han sorprendido gratamente, supongo que otros no tanto, o les da
igual de la vida de oración y unión que llevaba con Dios. Puedo entenderlo,
porque él, en su humildad, poco decía, solamente lo sabía quién con él vivía, y
con quien estaba unida en espíritu, que era su hija carmelita, y después, a
través de ella, nos fuimos informando e interesando de su vida espiritual a la
vez que nosotros íbamos abriendo el corazón al Señor.
No
recuerdo grandes cosas de él cuando era pequeña, supongo que como cualquier
familia con sus más y sus menos, lo que sí sé, es que mientras fui pequeña
siempre me sentí querida, en paz y con la seguridad que te dan los padres que
saben lo que deben hacer y que te educan para un fin: ser buena persona.
Después tienes que caminar sola y es más duro, cuando llegan las dificultades
es cuando hay que poner en práctica lo que tu familia te ha enseñado.
La
prueba del amor más palpable de mi padre hacia mí, fue cuando yo lo estaba
pasando mal, siempre estuvo a mi lado,
en compañía de mi madre. Estoy segura que hubo otras a lo largo de mi vida,
pero yo entonces lo necesitaba más que nunca y sin pedírselo estuvieron siempre
pendientes de mí. Mi padre siempre procuraba estar ahí y venir desde Velillas,
para ver cómo estaban las cosas, y no sólo en lo material, ya que como buen
apóstol que era, vio la manera de mostrarme al Señor, de una manera sutil y sin
imponer, ya que sólo bastaba ver la vida que él llevaba. Creo que la vida
de mi padre y la mía, en este sentido han sido parejas. Los dos venimos de
familias de mucha fe, pero nosotros no lo habíamos encontrado y el encuentro
con el Señor en el sufrimiento nos cambió la vida, por eso yo puedo opinar del
antes, que conocen mis hermanos mayores, que fue duro e impositivo y del
después que fue servicial y bondadoso. Yo estoy en medio de mis hermanos y he
visto las dos fases.
¿Con
cuál me quedo? Evidentemente con toda la persona y sobre todo con saber que
podemos cambiar si el amor nos invade. Incluso me quedo con la última etapa de
su vida, aunque ha sido muy dolorosa, sobre todo para mi madre, pero él la
vivió aceptando todo lo que venía y daba gusto verle cómo disfrutaba de la
familia, de los hijos, de los nietos, de los hermanos. Los nietos le
cambiaron la vida, su llegada sacó a relucir la parte más tierna y más humana
de él.
Yo
me quedo con el ejemplo que siempre nos dio y sobre todo cuando en la
residencia, en un momento de lucidez, me reconoció y con los brazos abiertos
vino hacia mí con su sonrisa. Ya no sufre y ya tiene lo que tanto anhelaba:
estar en la gloria con Dios.
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