miércoles, 14 de febrero de 2018

Testimonios. Tere (III)


Tere con su padre ya muy anciano y con el alzheimer muy avanzado.
Que mi padre es un santo, lo sé, no necesito que lo canonicen para saberlo. Qué muchos se han sorprendido gratamente, supongo que otros no tanto, o les da igual de la vida de oración y unión que llevaba con Dios. Puedo entenderlo, porque él, en su humildad, poco decía, solamente lo sabía quién con él vivía, y con quien estaba unida en espíritu, que era su hija carmelita, y después, a través de ella, nos fuimos informando e interesando de su vida espiritual a la vez que nosotros íbamos abriendo el corazón al Señor.

No recuerdo grandes cosas de él cuando era pequeña, supongo que como cualquier familia con sus más y sus menos, lo que sí sé, es que mientras fui pequeña siempre me sentí querida, en paz y con la seguridad que te dan los padres que saben lo que deben hacer y que te educan para un fin: ser buena persona. Después tienes que caminar sola y es más duro, cuando llegan las dificultades es cuando hay que poner en práctica lo que tu familia te ha enseñado.

Tere y su hija Sara con Víctor en el hospital.

La prueba del amor más palpable de mi padre hacia mí, fue cuando yo lo estaba pasando mal, siempre estuvo a  mi lado, en compañía de mi madre. Estoy segura que hubo otras a lo largo de mi vida, pero yo entonces lo necesitaba más que nunca y sin pedírselo estuvieron siempre pendientes de mí. Mi padre siempre procuraba estar ahí y venir desde Velillas, para ver cómo estaban las cosas, y no sólo en lo material, ya que como buen apóstol que era, vio la manera de mostrarme al Señor, de una manera sutil y sin imponer, ya que sólo bastaba ver la vida que él llevaba. Creo que la vida de mi padre y la mía, en este sentido han sido parejas. Los dos venimos de familias de mucha fe, pero nosotros no lo habíamos encontrado y el encuentro con el Señor en el sufrimiento nos cambió la vida, por eso yo puedo opinar del antes, que conocen mis hermanos mayores, que fue duro e impositivo y del después que fue servicial y bondadoso. Yo estoy en medio de mis hermanos y he visto las dos fases.

 Víctor y Asunción, felices con sus ocho nietos

¿Con cuál me quedo? Evidentemente con toda la persona y sobre todo con saber que podemos cambiar si el amor nos invade. Incluso me quedo con la última etapa de su vida, aunque ha sido muy dolorosa, sobre todo para mi madre, pero él la vivió aceptando todo lo que venía y daba gusto verle cómo disfrutaba de la familia, de los hijos, de los nietos, de los hermanos. Los nietos le cambiaron la vida, su llegada sacó a relucir la parte más tierna y más humana de él.


Yo me quedo con el ejemplo que siempre nos dio y sobre todo cuando en la residencia, en un momento de lucidez, me reconoció y con los brazos abiertos vino hacia mí con su sonrisa. Ya no sufre y ya tiene lo que tanto anhelaba: estar en la gloria con Dios.



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