sábado, 7 de octubre de 2017

Mi tío el místico

Victor Rodríguez

Con constancia en la oración, el Señor le fue purificando de todas sus imperfecciones y preparando para recibir esas gracias especiales que generalmente solamente se dan en los místicos. Una de sus sobrinas Mari Carmen García Rodríguez con quien compartió sus experiencias, siempre se refería a él como, “mi tío el místico, precisando que era un místico casado y con 7 hijos, pues erróneamente se tiende a pensar que sólo un monje o monja pueden alcanzar tal cercanía a Dios”, y no exageraba. Avala ese título de “mi tío el místico” con el contenido de una carta que recibió de Víctor y que un día les daremos a conocer.

P José Vicente  Rodríguez 
De el P. José Vicente Rodríguez, autor de la biografía de Víctor con el título de “Vida impactante de un cristiano de a pie” tomamos el siguiente comentario:


Mi tío el místico. No me extraña lo que cuenta una de las hijas, que en cierta ocasión a la puerta del convento de Sabarís entabló Víctor conversación con un sacerdote que se disponía a entrar en el locutorio y el sacerdote hizo a los dos minutos el siguiente comentario ante las monjas; “Ese hombre es un místico”.

¿Era Víctor un místico de verdad? Ciertamente fue un alma mística, un contemplativo auténtico dentro de la noción de contemplación que daba Pablo VI en la alocución pronunciada el 7 de diciembre de 1965 en la clausura del Concilio Vaticano II. Subrayando la concepción geocéntrica y teológica del hombre y del universo proclamaba, gritaba Pablo VI:


“Que Dios sí existe, que es real, que es viviente, que es personal, que es providente, que es infinitamente bueno; más aún, no sólo bueno en sí, sino inmensamente bueno para nosotros, nuestro creador, nuestra verdad, nuestra felicidad, de tal modo que el esfuerzo de clavar en Él la mirada y el corazón, que llamamos contemplación, viene a ser el acto más alto y más pleno del espíritu, el acto que aún hoy puede y debe jerarquizar la inmensa pirámide de la actividad humana”.

Ciertamente que en Víctor alentaba ese esfuerzo de clavar, de flechar en Dios la mirada y el corazón, llegando así a ser un gran contemplativo. Además fue una persona enriquecida por Dios con grandes experiencias espirituales. En su Autorretrato escribe como un místico y lo mismo hace en buena parte en las cartas que conocemos. Y para reafirmarnos en este convencimiento de su talante contemplativo-místico contamos con el testimonio de esta su sobrina, que nos revela algo que su tío le confió.


Este texto tan decidor de Mari Carmen viene a ser como una carta hablada en la que resuena la voz de Juan de la Cruz, con el que Víctor andaba en sintonía deliciosa, como la destinataria de esa carta bien conoce”.




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