Víctor con su nieto Ignacio saliendo de una pastelería. |
Cuando llegaba el invierno, todos los días a la escuela o colegio. Había que recuperar todo el tiempo anterior. En recreo jugábamos a saltar por encima de los compañeros. También patinábamos por el hielo, pero sin patines, solamente dando carreras y resbalando. Muchas veces nos caíamos.
Las Navidades las pasábamos junto al fuego, porque hacía
mucho frío. Cantábamos villancicos y jugábamos a las cartas. Los Reyes entonces
eran muy pobres. No nos traían regalos.
Estas son las aventuras de un niño que hoy es un anciano y
que a ti te quiere mucho y tiene muchas ganas de verte y ahora te envía besos y
abrazos.
Por medio del pueblo y muy cerca de la escuela, pasaba un
arroyo bastante caudaloso, que en invierno se helaba hasta el punto de pasar
sobre el hielo los animales y los carros cargados de material sin romperlo. Los
niños lo aprovechaban para patinar desafiándose a ver quien llegaba más lejos.
Naturalmente las caídas eran frecuentes, pero nunca hubo que lamentar
fracturas.
La vida familiar también cambiaba profundamente. El trabajo
se reducía y el frío intenso y las frecuentes nevadas invitaban a pasar la
mayor parte del día en casa, pero era muy frecuente que varias familias del
mismo barrio se reuniesen en la casa de alguno de ellos después de cenar para
jugar a las cartas. Los mayores formaban partidas formales y los niños también
se divertían jugando a la brisca, al mus, a las siete y media, etc. Se creaba y
se vivía un precioso ambiente de amistad.
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