Víctor y Asunción ya ancianos en su hogar. |
Cuando os miraba juntos, caminando de la mano, sentía que así
es como quería yo estar dentro de cincuenta años, sentada en mi casa junto a la
persona que durante toda una vida me ha cuidado, tal y como lo han hecho mis
abuelos de forma recíproca. El amor y la educación que he recibido por parte de
mis abuelos, me hace saber que son esas dos personas ejemplares que quiero
seguir; mis dos padrinos, hoy se convierten en mi ejemplo. SARA (Nieta)
Teresa de Jesús comienza el primer capítulo de su
autobiografía con estas palabras: “El tener padres virtuosos y temerosos de
Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin. Era mi padre aficionado a leer buenos
libros, y así los tenía de romance para que leyesen sus hijos estos. Con el
cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de
nuestra Señora y de algunos santos, comenzó a despertarme, de edad, a mi
parecer de seis u siete años. Ayudábame no ver en mis padres favor sino para la
virtud” (V. 1, 1). Los resultados de esos ejemplos, todos los conocemos.
San Antonio de Padua dice que “la palabra tiene fuerza cuando
va acompañada de las obras. Cesen, por favor, las palabras y sean las obras
quienes hablen. Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras. La norma
del predicador es poner por obra lo que predica. En vano se esfuerza en
propagar la doctrina cristiana el que la contradice con sus obras”.
Víctor hablaba con entusiasmo del Señor, pero era el ejemplo de
su vida lo que hacía que los corazones cambiaran, como en el caso de Sara. Por
eso confiesa: “El amor y la educación que he recibido de parte de mis
abuelos (maternos), me hace saber que son esas dos personas ejemplares
que quiero seguir. Hoy se convierten en mi ejemplo”.
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