Portada del libro Subida del Monte Carmelo de San Juan de la Cruz. |
Dios, por medio de la purificación espiritual, produce en el
alma maravillosos efectos inflamándola divinamente de solo Dios. Al despegarse
el alma, poco a poco de todo apego de criatura, va creciendo en el amor, y Dios
mismo la hace crecer secretamente, elevándola a la unión con Él. Sólo el amor
es el que junta y une con Dios. Este crecimiento en el amor, a los principios
apenas se nota, porque el divino fuego es empleado en calentar y purificar el
alma de sus imperfecciones. El amor es la inclinación del alma y la pureza y
virtud que tiene para ir a Dios. Por ello, a más grado de amor, más penetración
dentro de Dios por quien es atraída. El amor también atrae a Dios a nuestra
alma. El cumplimiento de la ley divina es la iniciación del camino del amor.
Este, cuanto más crece, más nos introduce en el mismo Dios. Por medio del amor
se alcanza la transformación del alma en el mismo Dios, al ser atraída por Él.
San Juan de la Cruz, en el Libro primero de Subida del monte
Carmelo, capítulo 4, establece este principio: “El amor hace semejanza
entre lo que ama y es amado”. De este principio saca la consecuencia de
que, como el ser de las criaturas y de todos los bienes del mundo nada son,
comparados con el ser de Dios, el alma que pone en ellos su afición, delante de
Dios también es nada; mientras que si ama a Dios, llega a tener semejanza con
Dios, a parecerse a Él y a transformarse en Él.
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