Ascensión del Señor al cielo en presencia de los apóstoles. |
“Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de
Israel? Él contestó: No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que
el Padre ha reservado a su autoridad. Pero recibiréis una fuerza, el Espíritu
Santo que descenderá sobre vosotros para ser mis testigos en Jerusalén, en
Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo. Dicho esto le vieron subir,
hasta que una nube le ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijos al cielo viéndole
irse, se les presentaron dos ángeles vestidos de blanco que les dijeron:
Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?”. (Hc. 1, 6-10)
Jesús, cumplido su plan de salvación, vuelve al cielo. Así
nos recuerda el auténtico sentido de nuestra vida: llegar un día con Él al
cielo. Pero a la vez nos recuerda que no nos quedemos mirando al cielo, porque
el cielo se consigue trabajando en la tierra, tratando de vivir nuestra fe
conforme a las exigencias del Evangelio, e invitando a los demás a compartir
nuestro propósito cristiano.
“Id y haced
discípulos a todos los pueblos, bautizándolos para consagrarlos al Padre y a
Hijo y al Espíritu Santo” (Mt. 28, 19), les dice Jesús a los apóstoles
antes de subir al cielo. Decía San Francisco de Asís a sus hermanos: “Debemos
predicar el Evangelio en todo momento y en todo lugar. Incluso con palabras”.
Y así lo hizo Víctor, como testifica su hija Begoña: “La
vida de mi padre fue intensamente apostólica, fruto directo de la intimidad que
mantenía con el Señor en la oración. Estaba lleno de celo y deseo de llevar las
almas al Señor. Amaba a todos los hombres con el mayor amor que se les puede
tener: el deseo de su salvación”.
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