Vista parcial de asistentes a la Apertura del Proceso. |
Es claro el testimonio de su oración silenciosa ante el
sagrario, siempre que pudo ir a la Iglesia, así lo testimonia su mujer, oración
que cuando no podía hacer en la Iglesia hacía en su casa, como lo recuerdan sus
hijos. Los momentos eran en la noche, cuando todos descansaban. En los
testimonios de sus hijos encontramos que era algo que hacía sin que ellos llegaran
a enterarse, porque cuando se levantaba no encendía el interruptor, para no
hacer ruido usaba linterna, y lo hacía a diario.
Trató siempre de compaginar su trabajo con la intensa vida de
oración, de modo que no fuera el dinero lo que marcara el rumbo de su vida,
sino la oración, y la posibilidad de dedicarle tiempo. Esta oración marcó su
vida, que nunca descartó las devociones tradicionales, como el rosario o la
adoración ante el Santísimo, y que lógicamente como fiel cristiano se mantenía
siempre con la Eucaristía celebrada diariamente.
Desde su propia experiencia y la lectura de los místicos,
Víctor llegó a dar testimonio y enseñar este camino de oración a quienes
entraron en contacto con él buscando sus consejos y experiencia. Sus escritos
son testimoniales, y el estilo que emplea muy coloquial. Buscó expresar lo
mejor que supo la experiencia vivida en este camino de la oración.
Podemos destacar como
uno de sus escritos más lúcidos el que dedicó a su hija Begoña sobre la
oración. Describe con sencillez el camino desde la oración vocal a la oración
de quietud, de la que escribe: “El alma se encuentra sin orar vocalmente, ni
meditar, estando a solas con el Señor, amándole en su corazón, aquí la mente
tiene poco que hacer, solamente es dejarse amar. Este amor puede ser sensible o
solamente estar a solas con Dios. Esta oración es verdaderamente silenciosa.
Por ello hay que escuchar al Espíritu Santo que habla sin palabras y se graban
en ella sin saber cómo. En estos momentos, la actitud del alma debe ser como un
niño cuando se le alimenta, que lo único que necesita es abrir la boca y tragar”.
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