El incrédulo Santo Tomás metiendo su mano en el costado de Cristo. |
¿Y qué hacemos nosotros, que hemos sido regalados con todos
los acontecimientos del nacimiento del Niño Jesús, de los hechos de su
infancia, pero sobre todo de su vida pública, en que nos enseña toda su
doctrina probada con milagros, obedeciendo a sus padres durante tantos años con
una vida oscura y de trabajos? En su vida pública, enseñando, curando enfermos,
echando demonios, resucitando muertos, etc. Todo ello confirmado con su pasión,
muerte y resurrección, confirmando esta con sus apariciones, incluso comiendo
con los apóstoles.
Bien es verdad que nosotros no lo hemos visto, porque no
vivimos en aquellos tiempos, pero tan bien es cierto, que fueron poquitos los
que creyeron en Cristo, aún después de resucitado. Solamente después de
ascender a los cielos y venir el Espíritu Santo, es cuando sucedieron las
conversiones. Ni siquiera los apóstoles creyeron de verdad hasta esta llegada,
aun habiendo comprobado, como Tomás con sus dedos y su mano en las llagas y
costado del Señor.
La venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles.
Estas palabras acerca de nuestra fe, las pone en
contraposición a la fe de San José que creyó y aceptó su misión en el misterio
de la Encarnación del Señor por un simple sueño. No exigió pruebas más
contundentes ni dudó cuando surgieron tantos problemas en Belén para encontrar
alojamiento para el nacimiento del Dios encarnado.
Nuestra fe se parece más a la de los apóstoles, quienes, a
pesar de presenciar tantos milagros, incluidos la resurrección de tres muertos
y su transfiguración en presencia de Moisés y Elías, muestras claras de su
divinidad, a la hora de la pasión y muerte de Cristo, le abandonaron por falta
de fe.
En el fondo, a todos nos sucede lo que al apóstol Santo Tomás,
queremos comprobar lo que está muy por encima de nuestra inteligencia y de
nuestras posibilidades, porque nos cuesta fiarnos de Dios.
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