sábado, 18 de septiembre de 2021

Habla Víctor Penitencia y mortificación (I)

Santa María Egipciaca modelo de penitente.


El trabajo llevado en actitud de amor es la penitencia más eficaz y fructuosa, sobre todo si, como el nuestro, va unido a obras de misericordia; aun así, hay que vigilar las malas tendencias de la carne y mortificarlas y crucificarlas con Cristo. El cuerpo se busca comodidades y vicios sin límite; está siempre inclinado al regalo y al placer, por ello hay que vigilarlo sin dejarlo.

Tampoco se pueden tomar penitencias sin obediencia, porque sin esta, solamente son de bestias: la sujeción y obediencia son las penitencias de la razón y discreción.

 

Preciosa su observación, de que el trabajo realizado con amor para cumplir la voluntad de Dios de que nos ganemos el sustento con el sudor de nuestra frente, es la penitencia más eficaz. Si a eso podemos añadir el trabajo para hacer obras de misericordia en favor de los más necesitados, esa penitencia tiene que estar especialmente bendecida por Dios.

 

Es curioso, que ya entre los ermitaños, que se apartaban del mundo para estar solamente con Dios, a la práctica de la oración uniesen siempre la práctica del trabajo. Eso mismo pasó a las órdenes monásticas y ha pasado a todas las congregaciones religiosas, incluidas las de carácter puramente contemplativo.

 

Es verdad que en las órdenes religiosas se da también valor a las mortificaciones, como el ayuno, la abstinencia, cilicios, privaciones de lo que más nos agrade, callarse ante las humillaciones, etc., pero siempre reguladas por la obediencia.

 

San Francisco de Asís abrazado a Cristo en la Cruz.

Por eso es muy acertada la observación de que la penitencia sin obediencia, es un ejercicio de bestias. Así lo afirma rotundamente San Juan de la Cruz hablando de los que por gusto personal se matan con penitencias y ayunos: “Son imperfectísimos, gente sin razón, que posponen la sujeción y obediencia, que es penitencia de razón y discreción y por eso es para Dios más acepto y gustoso sacrificio que todos los demás, a la penitencia corporal, que, dejado esto otro aparte, no es más que penitencia de bestias, a que también como bestias se mueven por el apetito y gusto que allí hallan (1N, 6, 2).




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