Monje en oración con corazón contrito y humillado.
Anteriormente hemos hablado de la purificación pasiva. Este
estado de aridez es muy frecuente en las almas aventajadas en oración y virtud
y puede ser la señal de entrada en oración contemplativa. Tener en cuenta esta
advertencia: tal como no se tiene gusto en la oración, tampoco se tiene de las
cosas del mundo; se tiene que sentir inclinada a las cosas de Dios. Aun a pesar
de lo duro que es permanecer orando en este estado, por ningún concepto
recortar el tiempo. Este tiempo es muy meritorio, por estar amando a Dios
solamente con la voluntad, y además seca.
Por experiencia propia y por la doctrina de San Juan de la
Cruz que conocía perfectamente, nos habla de esa experiencia que suelen pasar
muchos de los que se dedican a la oración para conocer mejor la voluntad de
Dios y para aumentar su amor a Dios y al prójimo, y es que, cuando más
ilusionados y felices se encuentran en esos momentos de oración experimentando
su amor, de repente, o poco a poco, como que se va perdiendo el fervor, y el
tiempo dedicado a la oración se torna en un suplicio.
Joven orando con preocupaciones y dolor.
Como muy bien indica Víctor, esta aridez puede ser presagio
de que el Señor le quiere llevar a la oración contemplativa en la que
desaparecen las meditaciones y consideraciones piadosas para dar paso a una
oración contemplativa, en la que se experimenta directamente la presencia de
Dios y su amor, sin necesidad de reflexiones.
San Juan de la Cruz, en “Dichos de amor y luz” tiene un
consejo muy orientador para estos casos: “Nunca falte a la oración, y cuando
tuviere sequedad y dificultad, por el mismo caso persevere en ella, porque
quiere Dios muchas veces ver lo que tiene el alma, lo cual no se prueba en la
facilidad y gusto”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario