miércoles, 23 de junio de 2021

Habla Víctor. Silencio interior (II)

Persona orando en profundo silencio con las manos unidas.


Por nuestra parte, solamente con humildad se puede demostrar nuestra correspondencia, despojándonos de nuestro orgullo y vanidad, dejando de afirmar nuestros derechos, pisoteando esa honrilla que corroe nuestro interior. La humildad del Verbo encarnado es nuestra meta. Amar a Dios, es despojarse de todo lo que no es Dios. Por él se deben abandonar las riquezas, honores, comodidades, caprichos, etc. Quien guarda la ley divina, goza de paz y da gloria a Dios; el que no la guarda, pierde su paz en proporción al distanciamiento. Quien la vive en interioridad, la posee en plenitud. Simeón era justo y piadoso, por eso pudo ver al Niño Dios y regalarnos sus exclamaciones. Al igual que Ana, que no se apartaba del templo con ayunos y oraciones. “Permaneced en Mí y yo en vosotros (Jn 15, 4).

 

¿Cómo corresponder al amor de Dios derramado sobre nosotros? Reconociendo en primer lugar, que todo lo bueno que tenemos, es porque Dios nos lo ha otorgado gratuitamente, no porque lo hayamos ganado por nuestra buena conducta. Ante Dios sólo cabe una actitud de humildad, de reconocimiento de la gratuidad de ese amor, de que si algo bueno se tiene, es porque Dios nos lo ha concedido por puro amor.

 

Persona orante en actitud de humildad.

En segundo lugar, reconociendo que amar a Dios, correspondiendo a su amor, solamente se consigue despojándonos de todo lo que no es Dios. De ahí el desprendimiento de las riquezas, de los honores, de las comodidades, de los caprichos, de seguir los criterios del mundo, etc., para ponernos incondicionalmente en manos del Señor para hacer en todo su voluntad. Y si Jesús, el Dios hecho hombre fue humilde y servicial, ese es el camino a seguir por sus amadores.



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