miércoles, 9 de junio de 2021

Florecillas. Gracias a Dios por la enfermedad.

 San Ignacio de Loyola como militar antes de su conversión.


“Siempre le oí decir que daba gracias a Dios por su enfermedad y yo pensaba: ¿Será tonto? ¿Cómo puede dar gracias al Señor por algo así? Hoy no necesito que me lo explique” (Teresa).

 

Pues lo que le pasó a su hija Teresa, nos parece lo más normal a la mayoría de los creyentes, que, aunque queremos seguir a Jesús, rechazamos todo lo que nos limita y nos hace sufrir. Y es que no hemos entendido el valor de la enfermedad y del sufrimiento. No ha habido Santo que no haya pasado por estas pruebas, ya que el mismo Jesús nos redimió mediante su pasión y muerte. Víctor, como buen carmelita descalzo seglar, conocía muy bien el lema de Santa Teresa: “O padecer o morir”, y el de San Juan de la Cruz: “Padecer y ser despreciado por Vos”.

 

El sufrimiento es una dura prueba de nuestra madurez humana y cristiana, que destruye nuestras seguridades y pone en crisis muchas de nuestras motivaciones, pero a veces se convierte en estímulo para una revisión de nuestra forma de ver la vida y de nuestro modo de comprender y aceptar a Dios. Uno de los casos más conocidos, es el de San Ignacio de Loyola, que debe su conversión al tiempo que permaneció en el hospital para curar de sus heridas, donde, para pasar el tiempo, a falta de libros de caballería, se dedicó a leer vidas de santos que cambiaron  totalmente su vida.

 

Víctor ya muy enfermo acompañado de su hija Tere y su nieta Sara.

Víctor no fue de los que, ante las enfermedades y sufrimientos, dudan de la bondad y la sabiduría de Dios que permite tales sufrimientos incluso en los niños, al contrario, los consideró providenciales, tanto en su ruina económica, como en los sufrimientos y limitaciones de su larga enfermedad.

 

Cristo fue especialmente sensible con los enfermos, curando a muchos de los que se encontró en su vida apostólica y siempre de compadeció de sus sufrimientos. Eso mismo hizo Víctor, dedicando los domingos a visitar a enfermos en los hospitales procurando llevarles alivio y esperanza. Por eso daba gracias a Dios por su propia enfermedad y ofrecía sus limitaciones al Señor y le daba gracias por sentirse amado por Jesús, tan amigo de los enfermos.




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