San Juan de la Cruz, Doctor de la Iglesia. |
Sin darse cuenta se encuentra en trabajos y sufrimientos interiores, sin sacar gusto en
la oración, más bien todo lo contrario, los minutos se le hacen horas, y
termina esta cansada y hastiada. Ha llegado el momento de ejercitar la
paciencia hasta que Dios quiera sacarla de este estado, cuya duración y
frecuencia sólo Dios sabe.
Lo que si es verdad, que este estado de tránsito para un
avance muy amplio en las relaciones entre Creador y Redentor y la miserable y
pecadora alma que así la está ejercitando. Regularmente, si no se echa atrás y
sigue este camino, se encontrará en la purificación pasiva. Son estos pasos tan
profundos, que es muy necesario tener directores espirituales, sabios y
ejercitados en este nuevo estado, hoy en día y siempre tan escasos. (Consultar
la Noche oscura del alma, de San Juan de la Cruz). Son muchas las almas que se
acobardan, y mal dirigidas, dan marcha atrás. Conozco alguna personalmente.
Dibujo de la "Subida del Monte Carmelo".
Vean lo que dice San Juan de la Cruz: “Me ha movido la
confianza que en el Señor tengo de que ayudará a decir algo, por la mucha
necesidad que tienen muchas almas; las cuales, comenzando el camino de la
virtud, y queriéndolas Nuestro Señor poner en esta noche oscura para que por
ella pasen a la divina unión, ellas no pasan adelante; a veces por no querer
entrar o dejarse entrar en ella; a veces por no se entender y faltarles guías
idóneas y despiertas que las guíen hasta la cumbre…
Algunos padres espirituales, por no tener luz y experiencia
de estos caminos, antes suelen impedir y dañar a semejantes almas que ayudarlas
al camino…y habrá quien le diga que vuelve atrás, pues no halla gusto ni
consuelo como antes en las cosas de Dios. Y así doblan el trabajo a la pobre
alma; porque acaecerá que la mayor pena sea del conocimiento de sus miserias
propias, en que le parece que ve más claro que la luz del día que está llena de
males y pecados, porque le da Dios aquella luz de conocimiento en aquella noche
de contemplación…Pensando los tales confesores que procede de pecados, hacen
a las dichas almas revolver sus vidas y hacer muchas confesiones generales, y
crucificarlas de nuevo; no entendiendo que aquel, por ventura, no es tiempo de
eso ni de esotro, sino de dejarlas así en la purgación que Dios las tiene, consolándolas
y animándolas a que quieran aquello hasta que Dios quiera; porque hasta
entonces, por más que ellas hagan y ellos digan, no hay remedio” (Subida
del monte Carmelo, prólogo, 3-5).
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