sábado, 5 de diciembre de 2020

Florecillas. Delicadezas del abuelo Víctor.

Torre y campanas de la iglesia de Velillas del Duque.


Tengo unos recuerdos buenísimos de cuando estaba en Velillas. Por la mañana siempre me llevaba al río de paseo y a la fuente a por agua para que le diera la manivela; después de comer descansábamos y por las tardes rezábamos el rosario. Cuando venía D. José, el párroco de Velillas, al cual quería también mucho, me llevaba el abuelo y me dejaban tocar las campanas antes de la misa. Cuando vinieron mis padres a buscarme y llegamos a casa se pusieron muy contentos, pues todas las noches iba a mi habitación, me arrodillaba y no me acostaba hasta que no terminaba de rezar.

 

Ignacio fue el nieto que más disfrutó de las atenciones del abuelo, tanto en Madrid como en Velillas del Duque, localidad a la que alude con estas palabras. Con qué cariño recuerda sus vacaciones en este pequeño pueblo de la provincia de Palencia que tiene la dicha de disponer de un río caudaloso aún en verano y por tanto propicio para bañarse en los lugares en que la corriente no es muy fuerte.

 

En esos paseos al río Carrión, quien más disfrutaba era el abuelo por la alegría y las ocurrencias de Ignacio. ¡Cómo gozaba Víctor recordando, por ejemplo, que cuando les acompañaba un perro, le pedía a Ignacio que le tirara piedras para que las buscara, y al ver que el perro se las llevaba a la boca, exclamaba con admiración: Abuelo, mira como se come las piedras el perro!

 

Fuente con manivela para sacar el agua en Velillas del Duque.


La fuente del pueblo da un agua de excelente calidad que los vecinos usan para beber y cocinar en lugar del agua que llega por las tuberías, así es que, uno de los paseos diarios era a la fuente, que por cierto está al lado de un parque infantil. El gozo de Ignacio no era cargar con los cántaros, que para eso estaba el abuelo, sino dar la manivela para disfrutar del chorro de agua que salía, así es que no se limitaba a llenar los cántaros, sino que seguía dando a la manivela hasta que se cansaba.

 

¿Y qué decir de lo que Ignacio disfrutaba al tirar de la cuerda para que sonaran las campanas? No me extraña que hiciera amistad con el párroco D. José y que estuviera pendiente de los días que venía al pueblo para celebrar la misa.

 

Tampoco es extraño que, con tanto cariño, Víctor lograra que hasta las cosas religiosas, como el rezo diario del rosario, se convirtiera para el niño en algo agradable y que su alma se fuese impregnando poco a poco de sentimientos religiosos que luego daban fruto al regresar al hogar, como arrodillarse y rezar antes de acostarse. Son recuerdos que le han hecho mucho bien.

 


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