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| P. Jacinto de la Cruz. |
1º. Deseo de la perfección
El que aspira a consagrarse por completo a Dios ha de tener deseos de santidad. “Los santos deseos son alas que impulsan a las almas a volar hacia Dios”.
Para santificarse no basta un simple deseo, sino que se precisa deseo vehemente, cierta como hambre de santidad. “Llenó de bienes a los hambrientos”. Pero hay que querer con voluntad decidida. El tibio, como dice el Sabio, también quiere, pero no con voluntad resuelta.
El deseo, dice San Lorenzo Justiniano, presta fortaleza y aligera el trabajo; por eso añadía, que desear ardientemente vencer, es ya casi haber vencido.
Lo largo del camino –de santidad- no está en el camino, sino en el corazón, esto es, en la voluntad resuelta de darse del todo a Dios. (A. 303).
Y Santa Teresa escribe: “Tener gran confianza, porque conviene mucho no apocar los deseos, sino creer de Dios que, si nos esforzamos, poco a poco, aunque no sea luego, podremos llegar a lo que muchos santos, con su favor; que si ellos nunca se determinaran a desearlo y poco a poco a ponerlo por obra, no subieran a tan alto estado”. (Vida, 13, 2).
La verdadera conversión de Víctor ha conllevado –Dios le concedió- deseo firme y eficaz de darse del todo a Dios. Dice en su Autorretrato: “Al cambiar de vida, de luz me llené. Gracia sobre gracia sobre mí derramó. Por eso todo cambió. Poco a poco me enamoró. En todo la Virgen medió”.(A. 6).
En unas palabras dedicadas a “La unión con Dios” añade: “Nos debemos mover por el amor de Dios, no por el nuestro que es egoísta. Para ello hay que luchar por despojarse de todo cuanto llevamos dentro de nosotros de malo, y que es mucho. Cuando el alma no tiene ya apego a sí mismo, entonces está ya unida a Dios”.

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