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Interior de la Iglesia del Salvador en Quintanadiez de la Vega. |
“Viviendo en Velillas del Duque, fuimos un día al
pueblo donde él había nacido y al llegar a su pueblo se enteró de que había en
el pueblo un vecino que se estaba muriendo. Se llamaba Teófilo y había sido
amigo suyo durante los años que vivió en el pueblo. Después de
saludar a Teófilo y charlar un rato con él y con las personas que estaban acompañándole, les dijo a los que le
acompañaban que por favor le dejasen un rato solo con el enfermo. No sé lo que
le diría. Lo cierto es que, a pesar de que su vida no había sido nada
religiosa, al terminar de hablar con Víctor, pidió confesión y comunión y murió
después de confesarse y recibir la comunión y unción de enfermos”
(Asunción).
Si visitar a los enfermos es un acto de caridad tan grato a
Dios, más aún es visitarles en los momentos en que la enfermedad es tan grave,
que es presagio de una muerte casi inminente. Víctor, cuando se enteraba de que
algún enfermo se encontraba en estas circunstancias, se acercaba a ellos con amor
y prudencia para alentarles y ayudarles a recibir los últimos sacramentos.
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Río y molino de Quintanadiez de la Vega, donde nació Víctor. |
Consta que así lo hizo durante los años que vivió en un edificio
de Madrid en la calle Príncipe de Vergara Nº. 93, donde uno de sus hijos era el
portero. Cuando por medio de este hijo se enteraba de algún enfermo de cierta
gravedad, aunque él no conociese a la familia ni al enfermo, se acercaba con
humildad y caridad para alentarles en ese trance definitivo, y casi siempre
conseguía que admitiesen un sacerdote. Víctor, inmediatamente se acercaba a la
parroquia de Santa Mónica, regentada por padres agustinos para que le
administrasen los últimos sacramentos.
Si esto hacía con los desconocidos, ¿Cómo no lo iba a hacer
con un amigo de infancia? Con su presencia amorosa, con palabras llenas de
esperanza y con la oración, consiguió que Teófilo en ese momento perdiera el
miedo a la muerte ante la perspectiva de una vida llena de felicidad. Así le
demostró que la amistad que tuvieron en la infancia y juventud, seguía viva
después de tantos años lejos el uno del otro. Y esa amistad, ese amor,
acompañado de petición humilde y confiada al Señor, obtuvo su fruto.