sábado, 7 de marzo de 2020

Habla Víctor. El alma en Getsemaní.

Jesús pidiendo al Padre que le libre del cáliz de la Pasión.


Dichosa el alma que por el Espíritu al Huerto de los Olivos sea trasladada. No verá la sangre sudada. En angustias y tristezas al alma de Cristo estará asociada.

En carta a una religiosa agustina, de 19 de enero de 1998 añade: “Mi alma triste y angustiada está, llena de desolaciones y de tentaciones, incluso contra la fe; gracias a que siempre fue para mí la agonía del Huerto, donde el Señor sudó sangre, el paso que más me impresionó, en él y las lágrimas que derramó y las uno a las suyas, me sirven de alivio y a su vez me introducen en el misterio de la Cruz”.

La oración de Cristo en el Huerto de los olivos es de las escenas más dolorosas de la Pasión del Señor. Los evangelistas la describen con frases como: “Empezó a entristecerse y angustiarse”. “Me muero de tristeza”. “Le chorreaba hasta el suelo el sudor parecido a goterones de sangre”. A tal punto llegó su dolor que: “Cayó a tierra, pidiendo que si era posible se alejara de él aquella hora. Decía: ¡abba! ¡Padre! Todo es posible para ti, aparta de mí este trago, pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú” (Mc. 14, 35). Y dirigiéndose a sus apóstoles, que se habían dormido y dejado solo les dijo: “¿No habéis podido velar ni una hora? Estad en vela y pedid no caer en las pruebas: El espíritu está pronto, pero la carne es débil (Mc. 14, 37-38).

Jesús agonizando en Getsemaní.

Santa Teresa de Jesús, que desde joven tuvo la costumbre de reflexionar todas las noches al acostarse en este paso de la vida de Jesús, tiene una preciosa consideración para animarnos a seguirle: “Mirad que dice el buen Jesús en la oración del Huerto: “La carne es enferma” (Mc. 14, 38), y acordaos de aquel tan admirable y lastimoso sudor. Pues si aquella carne divina y sin pecado, dice Su Majestad que es enferma, ¿cómo queremos la nuestra tan fuerte que no sienta la persecución que le puede venir y los trabajos? Y en ellos mismos será como sujeta ya la carne al espíritu. Junta su voluntad con la de Dios, no se queja” (Meditaciones sobre los Cantares 3, 10).

Algo semejante debió experimentar Víctor para desear ir al Huerto de los olivos y allí sufrir sus dolores en la carne, como Jesús, para salir de esa experiencia fortalecido en el espíritu y capacitado para enfrentarse a todas las dificultades con paz.

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