San Agustín, Santo Padre y Doctor de la Iglesia |
Como
los mendigos iban de puerta en puerta mendigando un mendrugo de pan, así
mendigo yo todos los días, buscando donde se encuentra, hasta comerle y
beberle.
Hoy
día se ha perdido la costumbre que tenían los pobres de ir pidiendo limosna de
puerta en puerta, especialmente en los pequeños poblados, como se hacía cuando
Víctor era joven. Esa imagen del mendigo llamando de puerta en puerta buscando
el alimento, le sirve muy bien para explicar lo que a él le sucedía con la
Eucaristía.
Los
testimonios de quienes le conocieron coinciden en que la Eucaristía no la
perdía nunca. Necesitaba ese alimento y no escatimaba esfuerzos hasta
conseguirlo. Así lo mostró de manera fehaciente durante los doce años que vivió
en Velillas del Duque teniendo que desplazarse casi todos los días varios
kilómetros para conseguirlo.
¿Por
qué ese afán? Podemos encontrar una buena explicación en las palabras de
San Agustín en su tratado sobre el evangelio de San Juan que dicen: “Nadie
puede venir a Mí, si no lo atrae el Padre. (Jn 14, 6). No vayas a creer
que eres atraído contra tu voluntad; el alma es atraída también por amor. Tal
vez nos dirán: “¿Cómo puedo creer libremente si soy atraído” Y yo les respondo:
“Me parece poco decir que somos atraídos libremente; hay que decir que somos
atraídos incluso con placer”.
Víctor siempre se sintió atraído por la Comunión.
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¿Qué
significa ser atraídos con placer? Sea el Señor tu delicia, y Él te
dará lo que pide tu corazón. Existe un apetito en el alma al que este
pan del cielo le sabe dulcísimo. Si el poeta pudo decir: “Cada cual va en pos
de su apetito”, no por necesidad, sino por placer, no por obligación, sino por
gusto, ¿no podremos decir nosotros, con mayor razón, que el hombre se
siente atraído por Cristo, si sabemos que el deleite del hombre es la verdad,
la justicia, la vida sin fin, y todo esto es Cristo? ¿Acaso tendrán los
sentidos su deleite y dejará de tenerlo el alma?
Preséntame
un corazón amante, y comprenderá lo que digo. Preséntame un corazón inflamado
en deseos, un corazón hambriento, un corazón que, sintiéndose solo y desterrado
de este mundo, esté sediento y suspire por las fuentes de la patria eterna,
preséntame un tal corazón, y asentirá en lo que digo. Muestra una rama
verde a una oveja, y verás cómo atrae a la oveja. Enséñale nueces a un niño, y
verás cómo lo atrae también, porque “cada cual va en pos de su apetito”. ¿No va
a atraernos Cristo revelado por el Padre?”. Víctor se sentía atraído a la
Eucaristía por amor.
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