sábado, 25 de enero de 2020

Habla Víctor. Hambre y sed de la Eucaristía.

Adorando al Santísimo Expuesto..


Cuando se tiene hambre y sed del alimento corporal es señal de buena salud. Igualmente, la salud espiritual reclama el único alimento que extingue todas las necesidades y que solamente es Cristo en la Eucaristía. La Palabra también es alimento. Por ello la Santa Misa es el completo de todo bien en la tierra.

La falta de apetito es síntoma de que la salud está deteriorada, y si la falta de apetito es prolongada, es signo de gravedad. Por el contrario, aunque alguien sufra alguna enfermedad, mientras no pierda el apetito, hay esperanza de una pronta recuperación.

Algo semejante ocurre en la vida espiritual. Cuando no hay interés por las cosas del Señor, cuando se deja uno llevar por las cosas y vanidades del mundo, alejado por entero de las prácticas religiosas, es signo claro de que la salud espiritual está muy deteriorada. Por el contrario, aunque uno caiga frecuentemente como consecuencia de la debilidad humana, pero no se olvida de sus prácticas y creencias religiosas, es señal de que en cualquier momento se puede reanimar. Es lo que Santa Teresa dice de la oración: “Por experiencia puedo decir que, por muchos males que haga quien la ha comenzado, no la deje, pues es el medio por donde puede tornarse a remediar…Y quien no la ha comenzado, por amor del Señor le ruego yo no carezca de tanto bien, pues a poco ganar irá entendiendo el camino para el cielo” (V. 8, 5).
 
Recibiendo el alimento del Cuerpo de Cristo.

Lo que Teresa de Jesús dice de la oración, lo que aplica Víctor a la Palabra de Dios y a la Comunión. Por eso recomienda conocer la Palabra de Dios a través de su frecuente lectura y meditación; pero sobre todo, no privarse del alimento de la Eucaristía, sino tomarlo a poder ser a diario para, no enfermar o quedarse espiritualmente enanos.

Víctor concluye con una rotunda afirmación: “Por eso la Santa Misa es el completo de todo bien en la tierra”, porque en ella comenzamos escuchando la Palabra de Dios que nos descubre la voluntad de Dios, y en la Comunión nos alimentamos con el cuerpo y la sangre de Cristo, alimento de vida eterna.




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