sábado, 15 de diciembre de 2018

Habla Víctor. Oración del alma enamorada. Míos son los cielos y mía es la tierra.

Míos son los cielos y mía es la tierra.

Se celebró ayer la solemnidad de San Juan de la Cruz, a quien Víctor leyó y leyó hasta identificarse con su espiritualidad para poder ponerla en práctica. Buena prueba de ello son las palabras de Víctor que ponemos a continuación como homenaje a su Maestro, por las que podrán comprobar como algunas de sus experiencias, las expresa casi con las mismas palabras del Santo. Se trata en concreto de la experiencia de poseer y disfrutar de todo cuanto existe, porque Dios nos lo ha dado todo a través de Cristo.

Dice Víctor: “La Santísima Trinidad mía es y todas las criaturas también. Los cielos míos son. Los ángeles y los santos también. La Santísima Virgen, Madre de Dios, mía es. Las gentes buenas o malas mías son. Tierra, aire, agua y sol míos son, porque Dios es mío y para mí”.

Las gentes buenas o malas, mías son.

Son como un resumen de la “Oración del alma enamorada” de San Juan de la Cruz, una de las oraciones más bellas que se conocen, en que el santo místico y poeta ha  plasmado su gratitud y su alabanza al Dios que nos ha dado todo en Cristo. Disfruten y hagan propia esta oración:    

“¡Señor Dios, amado mío! Si todavía te acuerdas de mis pecados para no hacer lo que te ando pidiendo, haz en ellos, Dios mío, tu voluntad, que es lo que yo más quiero, y  ejercita tu bondad y misericordia y serás conocido en ellos. Y si es que esperas a mis obras para por ese medio concederme mi ruego, dámelas tú y óbramelas, y las penas que tu quisieres aceptar y hágase. Y si a las obras mías no esperas, ¿qué esperas, clementísimo Señor mío? ¿Por qué te tardas? Porque si, en fin, ha de ser gracia y misericordia la que en tu Hijo te pido, toma mi cornadillo (moneda de ínfimo valor) pues le quieres, y dame este bien, pues que tú también lo quieres…
 No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo, Jesucristo, en quien me diste todo lo que quiero. Por eso me holgaré que no te tardarás si yo espero.
¿Con qué dilaciones esperas, pues desde luego puedes amar a Dios en tu corazón?

 La Madre de Dios y el mismo Dios, míos son.

Míos son los cielos y mía es la tierra. Mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores. Los ángeles son míos, y la Madre de Dios, y todas las cosas son mías. Y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí.

¿Pues qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en meajas que se caen de la mesa de tu Padre” (Dichos de Luz y Amor 25).

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