miércoles, 5 de diciembre de 2018

Florecillas. Víctor Monaguillo.

Grupo de monaguillos


 A nuestros padres les gustaba que sus hijos fueran monaguillos como así lo fueron varios de mis hermanos.” (Gloria Rodríguez).

Los padres de Víctor siempre fueron de las personas más cercanas y colaboradoras de los párrocos, todos ellos muy estimados en el pueblo. Dada esa cercanía y trato amistoso con los párrocos, fue normal que sus hijos fueran solicitados como monaguillos, como en el caso de Víctor.

Era muy poco lo que tenían que hacer, pero contribuían con su presencia a resaltar las celebraciones litúrgicas. Las cosas que solían hacer eran las siguientes: Acompañar al sacerdote desde la sacristía hasta el altar, responder al sacerdote en las oraciones introductorias que se hacían en latín y los niños se aprendían las respuestas de memoria sin saber lo que decían, cambiar el misal de la derecha del altar a la izquierda al llegar la lectura del evangelio, presentar las vinajeras en el ofertorio y luego ayudarle en el lavatorio de las manos; tocar la campanilla en el momento de la consagración y elevar un poco la casulla del sacerdote por detrás en el momento de la elevación; asistirle con una bandeja al dar la comunión y acompañar de nuevo al sacerdote hasta la sacristía. Hoy todo esto nos parece extraño, pero así se hacía y así lo hizo Víctor con mucha devoción.

Monaguillo en el lavatorio de las manos.

También solían tocar por turno las campanas para convocar a los fieles, pues no tenían reloj y era el modo de saber cuando comenzaba la Misa. Esto les encantaba a todos los monaguillos. Debajo de la torre había una soga conectada al badajo de la campana y desde allí se tocaba tres veces para que los fieles se fueran preparando. La primera cuando el sacerdote llegaba a la Iglesia. Tras un toque prolongado, terminaba con un toque separado. La segunda, unos minutos más tarde, terminaba con dos campanadas. La tercera y definitiva concluía con tres campanadas e indicaba que el sacerdote ya iba a iniciar la celebración.

A muchos niños les encantaba ser monaguillos y participar, pues de esa forma se les hacía más breve la estancia en la iglesia y además solía el párroco compensarles con alguna moneda o caramelos como propina.

Era muy frecuente que, aprovechando algún descuido del párroco, se bebieran algo del vino de la misa. Es muy probable que, aunque Víctor fuera de los formales, también lo hiciera alguna vez. Y para que no se notase, añadían algo de agua al vino. Ha sido una práctica general.

Monaguillos alzando la casulla por detrás en el momento de la elevación.

Lo que seguro no hizo, ni nada parecido, es lo que sí hizo años más tarde su hermano José Francisco, hoy edificante sacerdote carmelita. Siendo monaguillo, su padre le mandó que fuera a Saldaña, distante poco más de dos kilómetros a que comprara una reja para el arado. Muy obediente se acercó a Saldaña y compró la reja, pero antes de regresar se metió en una cantina en que estaban varios mozos de Quintana que le invitaron a beber, y como le gustaba el vino, le emborracharon.

Al regresar tuvo que hacer de monaguillo en un entierro y le tocó llevar la Cruz desde la casa del difunto hasta el cementerio. Iba tambaleándose por el camino y al llegar junto a la tumba, mientras se hacían las últimas oraciones, su padre tuvo que acercarse y sostenerle para que no se cayera dentro de la tumba. Al terminar el entierro su padre le dijo: Anda, vete a casa a que se te pase la mona (borrachera). Cómo estaría, que lo que le contestó fue: Ya la he dejado en casa.


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