Víctor en una celda del monasterio de Las Batuecas. |
Medina del Campo, 30 de enero de 2003
R. P. Matías. Muy amado en Cristo y la Virgen del Carmen.
Recibí su carta, que me alegró y me hizo recordar todas las vacaciones que pasé ahí, y sobre todo, todas las inmensas gracias que recibí en esa santa casa.
En primavera quiere conocer Asunción todo eso; posiblemente que nos llevará un sobrino, y si puede, irá José Francisco. La verdad que yo añoro cómo se vivía ahí; ahora no me apetece pasar ahí algunos días; me da pena el cambio que tienen ahí.
Mi situación humana es verdaderamente, es muy precaria; incluso influye en el espíritu, aunque tengo la gracia de estar adorando a la Santísima Trinidad, siempre que no esté ocupado en lo poco que puedo hacer. Tantas veces que me han manifestado los doctores mi muerte y, sin embargo, aunque fallo mucho, el Señor no me ha querido llevar. Será porque aún me necesitan los hijos y los nietos.
Que Dios le bendiga todos los días que viva y crezca en el amor a Dios. Hasta que Dios quiera, si podemos vernos, y que podamos, que sea en el cielo.
Víctor Rodríguez Martínez.
Detrás del remite de Víctor, en el reverso del sobre, escribe a mano el P. Matías. “Terciario carmelita santo, casado, que durante muchos años se pasa las vacaciones en Batuecas en plan riguroso espiritual, hermano de los Padres de Nuestra Orden José Francisco y Juan Luis”.
Conviene explicar (comenta el P. José Vicente) lo que dice en esta carta: “Yo añoro cómo se vivía ahí”. Se refiere a que han habilitado en el Desierto una hospedería, en la cual, naturalmente, no se guarda el silencio que se guardaba viviendo entre los religiosos. A él le iba más vivir con la comunidad que en la hospedería por razón del silencio y de asistir a los actos de comunidad como un ermitaño más. También se refiere a que el santo desierto había comenzado a ser visitado por turistas, que, según él dice en otro lugar, hacían mucho ruido.
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