Asunción de María al cielo recibida por Cristo. |
Los ya entrados en años, nunca olvidaremos la alegría que sentimos cuando el 1 de noviembre de 1950, pegados a la radio, escuchamos con emoción la proclamación del último dogma de fe, el de la Asunción de María al cielo en cuerpo y alma, por el Papa Pío XII, que, tras hacer un recorrido por las Sagradas Escrituras, los santos padres y la tradición cristiana concluyó con estas palabras:
“María, la Madre de Dios, unida a Jesucristo desde toda la
eternidad por un mismo y único decreto de predestinación, Inmaculada en su
Concepción, Virgen en su maternidad, asociada al Divino Redentor, que obtuvo
pleno triunfo sobre el pecado y la muerte, alcanzó finalmente, como coronación
de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del
sepulcro, y a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y
alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como reina a la derecha de
su Hijo, el rey inmortal por los siglos.
Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente
revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, acabado el curso
de su vida terrena, fue asunta al cielo en cuerpo y alma a la gloria celestial”.
Podemos hacernos idea de la alegría de Víctor, tan devoto de
María, al celebrar esta fiesta de su triunfo definitivo sobre la muerte y signo
claro de esperanza para nosotros, pues en palabras del Concilio Vaticano II,
“precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza
cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor”. (Lumen Gentium, nº.
68).
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