La Anunciación del arcángel Gabriel a María. |
Pero en el misterio de la Encarnación del Verbo es donde la
fe fue base de todos los acontecimientos que se sucedieron. Los dos actores
sujetos a la prueba fueron la Virgen y San José.
Ella, que se encontraba orando, recibe la visita de un
Arcángel que la anuncia su concepción. Hasta ahí, la fe no necesita manifestar,
pero en el nacimiento que ve cómo nadie les da sitio para su alumbramiento,
¿cómo siendo Dios el que ella lleva, no hace porque le den posada? Pero ni una
duda la pasa por su pensamiento, ni siquiera cuando tiene que refugiarse en un
establo para que nazca el Redentor. ¡Qué contraste a cómo pensamos los hombres!
Pronto se ve premiada con la presencia de su Hijo divino, luego con el cántico
de los ángeles, la adoración de los pastores y después la de los magos.
El reverso llegó pronto, cuando tienen que huir para no ser
el Niño degollado por Herodes, y la pobreza en que vivió, al igual que cuando
el Niño en el templo se quedó. Aún queda lo más inaudito; el prendimiento y
pasión y muerte de su Hijo. Nunca dudó y de fe siempre vivió, hasta que llegó
la resurrección.
Nacimiento de Jesús en una cueva
Como comentario, nada mejor que unas palabras de Exhortación
Apostólica “Marialis cultus” del Papa Pablo VI relacionadas con la fe de María.
“María, es la Virgen oyente que acoge con fe la palabra de
Dios; fe que para ella fue premisa y camino hacia la maternidad divina, porque,
como intuyó San Agustín: “La bienaventurada Virgen concibió creyendo al Jesús
que dio a luz creyendo”. En efecto, cuando recibió del Ángel la respuesta a su
duda, Ella, llena de fe y concibiendo a Cristo en su mente antes que en su
seno, dijo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Fe
que fue para ella causa de bienaventuranza y seguridad en el cumplimiento de la
palabra del Señor; fe con la que ella, protagonista y testigo singular de la
Encarnación, volvía sobre los acontecimientos de la infancia de Cristo, confrontándolos
entre sí en lo hondo de su corazón”.
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