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| P. José Francisco Rodríguez. |
Se nace a esta vida llorando y se muere llorando. Si a la criatura que está para nacer se le preguntara si prefería nacer o quedarse en el seno materno, de seguro que diría que prefería seguir en el seno materno. Menos mal que nuestras madres si que sabían que lo bueno para nosotros no era vivir siempre en su seno, sino darnos a luz, y así es que logramos nacer.
Menos mal también, que Dios Padre sabe que es mejor vivir en la vida que Él nos tiene preparada para el cielo, que en la que ahora vivimos, y a la que estamos tan apegados, y aunque nos resistimos a nacer a esa vida, como se resiste a nacer el niño antes de nacer, mirando el bien nuestro, da paso a nuestro nacimiento a esta vida, para que en su día podamos nacer para la otra.
Mientras vivimos en la tierra nos acostumbramos tanto a vivir en la tierra, que nos cuesta lo indecible morir a esta vida para nacer a la otra, siendo ésta incomparablemente mejor. El hecho es que nacemos para esta vida llorando, y nacemos para la otra también llorando, pero para nuestro bien, tanto en un caso como en el otro, ya que si es para nuestro bien el haber nacido para esta vida, es incomparablemente mayor bien, nacer para la otra, como así lo esperamos, confiados en la bondad de Dios nuestro Padre.
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