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Persona orando en profundo silencio con las manos unidas. |
Por nuestra parte,
solamente con humildad se puede demostrar nuestra correspondencia,
despojándonos de nuestro orgullo y vanidad, dejando de afirmar nuestros
derechos, pisoteando esa honrilla que corroe nuestro interior. La humildad del
Verbo encarnado es nuestra meta. Amar a Dios, es despojarse de todo lo que no
es Dios. Por él se deben abandonar las riquezas, honores, comodidades,
caprichos, etc. Quien guarda la ley divina, goza de paz y da gloria a Dios; el
que no la guarda, pierde su paz en proporción al distanciamiento. Quien la vive
en interioridad, la posee en plenitud. Simeón era justo y piadoso, por eso pudo
ver al Niño Dios y regalarnos sus exclamaciones. Al igual que Ana, que no se
apartaba del templo con ayunos y oraciones. “Permaneced en Mí y yo en vosotros
(Jn 15, 4).
¿Cómo corresponder al amor de
Dios derramado sobre nosotros? Reconociendo en primer lugar, que todo lo bueno
que tenemos, es porque Dios nos lo ha otorgado gratuitamente, no porque lo
hayamos ganado por nuestra buena conducta. Ante Dios sólo cabe una actitud de
humildad, de reconocimiento de la gratuidad de ese amor, de que si algo bueno se
tiene, es porque Dios nos lo ha concedido por puro amor.
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Persona orante en actitud de humildad. |
En segundo lugar,
reconociendo que amar a Dios, correspondiendo a su amor, solamente se consigue
despojándonos de todo lo que no es Dios. De ahí el desprendimiento de las
riquezas, de los honores, de las comodidades, de los caprichos, de seguir los
criterios del mundo, etc., para ponernos incondicionalmente en manos del Señor
para hacer en todo su voluntad. Y si Jesús, el Dios hecho hombre fue humilde y
servicial, ese es el camino a seguir por sus amadores.
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