Víctor en el hospital con su hija Tere y su nieta Sara. |
Siempre le oí decir que daba gracias a Dios por su enfermedad y yo pensaba: ¿Será tonto? ¿Cómo puede dar gracias al Señor por algo así? Hoy no necesito que me lo explique. TERESA
Víctor cumplió desde niño con el precepto del Señor: “Con el sudor de tu frente comerás tu pan”. Desde los 12 años, al morir su hermano Natalio en la guerra civil, tuvo que ayudar a su padre en todas las tareas de la agricultura, duras de verdad, especialmente en tiempo de verano. Esa entrega al trabajo la mantuvo después como avicultor y como empleado de la Embotelladora de Pepsi-Cola, donde hacía horas extraordinarias, primero para sacar adelante a su numerosa familia y después para ayudar a los pobres.
Tanto esfuerzo le llevó a sufrir frecuentes taquicardias, que trató de encubrir a su esposa y a sus hijos hasta que fue imposible. Consciente de que la taquicardia podía darle en cualquier instante y lugar, llevaba consigo una nota en que solicitaba como creyente la asistencia de un sacerdote.
El 9 de marzo de 1988, el Doctor neurólogo D. Antonio Guerrero, dio este diagnóstico: “Paciente de 62 años con antecedentes de cardiopatía isquémica. Desde hace varios años presenta con carácter progresivo pérdida de memoria para hechos recientes, con cambios incipientes en la ejecución de actividades diarias, personalidad y conducta. Posible enfermedad de alzheimer. Y así fue.
Para consuelo suyo y de sus familiares, según testifica su hija Begoña, nunca perdió la presencia de Dios. Seguía orando incluso cuando ya no podía leer. Yo le preguntaba a veces: “Papá, ¿Qué haces? “Rezando”. Otras veces le decía: ¿En qué piensas? “En Dios”. La enfermedad le ayudó a pensar siempre en Dios.
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